Es muy importante comprender la relación existente entre pobreza y discapacidad para establecer proyectos, estrategias y políticas públicas que ataquen a la raíz de este gravísimo problema y puedan romper ese círculo vicioso pobreza-discapacidad-exclusión. Se podría pensar que la pobreza de por sí no agravaría la condición de discapacidad, pero ocurre todo lo contrario. Es como si una mega estructura social mantuviera atrapadas a las personas con discapacidad en la pobreza y ésta a su vez aumenta la posibilidad que se genere o ahonde la discapacidad y ésta a su vez los arroja a niveles de exclusión inhumanos.
Sobre la relación entre pobreza y discapacidad, seguiremos a (Martínez Ríos, 2011) quien elabora un profundo análisis que muestra el influjo mutuo que se da entre ellas:
Las personas con discapacidad se encuentran entre los grupos de población con más riesgo de vivir en una situación de pobreza, especialmente, en los países en vías de desarrollo, y de exclusión social, en países más avanzados. Existe una relación recíproca entre discapacidad y pobreza, y ambas se retroalimentan. La discapacidad aumenta el riesgo de pobreza y la pobreza el riesgo de discapacidad. Por una parte, la pobreza, produce discapacidad, que puede resultar como consecuencia de una alimentación inadecuada o desnutrición, por falta de cuidados sanitarios, como cuidados perinatales, durante la maternidad, o por causa de enfermedades y deficiencias que podían haber sido evitadas, siendo el problema principal la falta de prevención. Por otra parte, la discriminación que se deriva de la discapacidad lleva a la exclusión, la marginación, la falta de estudios, el desempleo, y todos estos factores aumentan el riesgo de pobreza. Las personas con discapacidad tienen más probabilidades de tener un nivel de ingresos por debajo del umbral de la pobreza. (Martínez Ríos, 2011, pág. 66)
La relación entre discapacidad y los mayores índices de carencia se constata en el análisis de (Martínez, 2011):
Los mayores índices de discapacidad están asociados con altos índices de analfabetismo, estados nutricionales muy pobres, cobertura de vacunación e inmunización mínima, alto índice de VIH, peso bajo al nacer, mayor riesgo de sufrir violencia y abuso, así como mayor desempleo y menor movilidad ocupacional. (Martínez Ríos, 2011, pág. 66)
Por ello uno de los caminos por donde podrían ver, las personas con discapacidad y sus familias en situación de pobreza, la luz al final de ese túnel tan largo, cruel e inhumano es el camino de la inclusión productiva. Pero esta opción está muy cerrada por los muros que la sociedad ha colocado: barreras actitudinales, mentales, y las digitales.
Sin embargo el camino hacia la productividad de muchos grupos que padecen doble y triple vulnerabilidad está lleno de obstáculos que parecen imposible que puedan librarlos, como acota un estudio del BID Somos Todos: Inclusión de las personas con discapacidad en América Latina y el Caribe:
Los pueblos indígenas tienen una mayor prevalencia de discapacidad, al igual que las personas de grupos de bajos ingresos. Es un círculo vicioso, donde las personas pobres tienen mayor riesgo de discapacidad y las personas con discapacidad tienen más probabilidades de ser pobres. Las personas pobres tienen más probabilidades de vivir en zonas donde la infraestructura y los servicios tienen menos posibilidades de ser accesibles y tienen menos probabilidades de contar con los recursos personales necesarios para autofinanciar equipos, tecnología y asistentes para reducir las barreras. Para las personas con discapacidad, las vías para escapar de la pobreza se reducen; la educación de calidad, los trabajos decentes y los servicios públicos —los vehículos que podrían sacar a las personas de la pobreza— a menudo están cerrados por barreras de actitud y del entorno. Además, dado que las personas con discapacidad enfrentan altos costos de tratamiento y asistencia personal, el impacto de los gastos catastróficos de salud en los ingresos familiares es aún mayor. (Duryea, Salazar Salamanca, & Pinzón Caicedo, Somos todos: Inclusión de las personas con discapacidad en América Latina y el Caribe, 2019, pág. 8)
Para comprender mejor todas las implicaciones que tiene para una persona con discapacidad nacer y vivir en la pobreza y como está su vez hace más compleja su situación de discapacidad, Martínez (2011) explica que la pobreza va mucho más allá de no contar con lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas del ser humano:
La pobreza puede manifestarse como la privación existente en las vidas de las personas. La pobreza no implica sólo la falta de bienestar material, sino la negación de las oportunidades para vivir una vida tolerable. La vida puede verse acortada de manera prematura, puede ser excepcionalmente difícil, dolorosa o peligrosa. La persona puede verse privada del conocimiento o de la comunicación, de la dignidad, la confianza o el respeto por uno mismo o por los otros. (Martínez Ríos, 2011, pág. 64).
Esta negación de oportunidades de la que habla (Martínez, 2001), es evidente cuando se ahonda en las barreras que tienen que superar las personas con discapacidad para acceder a un trabajo digno y estable, muchas veces sin la debida y pertinente preparación que exige la plaza de trabajo a la cual aspiran, otras veces por los prejuicios que impiden que se considere con objetividad un perfil profesional por ejemplo que tiene síndrome de asperger o alguna discapacidad sicosocial.
También hay que subrayar que la pobreza puede truncar valiosas vidas humanas que, aunque están en condición de discapacidad, tienen un aporte único e irrepetible para la sociedad. Es importante sopesar en toda su profundidad, la idea de Martínez cuando menciona que la pobreza genera sobre todo en las personas con discapacidad una existencia extremadamente dura, incomprendida, dolorosa.
A este punto se podría formular la pregunta del por qué subsiste la pobreza ligada a la discapacidad si desde el año 2006 en la Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD) en los artículos 27 y 28 Los Estados se comprometieron a realizar acciones macro para que las PCD “puedan trabajar en igualdad de condiciones y tener la oportunidad de ganarse la vida mediante un trabajo libremente elegido o aceptado en un mercado y un entorno laboral abierto, inclusivo y accesible.” (Asamblea General de las Naciones Unidas)
Esta prolongación y enraizamiento puede deberse a que las acciones implementadas desde los Gobiernos mediante el diseño de las políticas públicas o por programas ejecutados adolecen de una visión o un enfoque parcial y sesgado que infravalora a las personas con discapacidad. Cómo lo acota (Martínez, 2011):
El enfoque de los ingresos no estima adecuadamente su situación de pobreza, puesto que no tiene en cuenta que éstas necesitan mayores ingresos que otras personas para mantener el mismo nivel de vida, subestimando la situación de pobreza de estas. Por otra parte, el enfoque de las necesidades básicas ha llevado al desarrollo de servicios y programas para las personas con discapacidad con un carácter asistencialista y, en ocasiones, basado en la beneficencia. Desde esta filosofía se han desarrollado muchos programas para lograr la integración de las personas con discapacidad, pero éstos no han tenido en cuenta el potencial que estas personas tienen para aportar a la sociedad. (Martínez Ríos, 2011, pág. 65).
También hay que tomar en cuenta que la Posmodernidad y la Globalización con sus luces y sombras ha consolidado estructuras injustas que han aumentado las brechas entre los pocos ricos y la inmensa mayoría de pobres, entre ellos las PCD, que cada vez son más excluidos de los beneficios de los avances tecnológicos, técnicos, informáticos, comunicacionales, médicos, etc.
En línea con lo anteriormente expresado, (Martínez, 2011) afirma que: Asistimos a nuevos desequilibrios, a nuevas formas de desigualdad que emergen más allá de los ingresos, y se consolidan como determinantes de la marginación y la inhibición social, política, económica y laboral que padecen ciertos colectivos y personas. (Martínez Ríos, 2011, pág. 66)
En este punto ya es necesario abordar sobre la consecuencia más nefasta de la relación pobreza y discapacidad: La exclusión social. Ciertamente muchas personas con discapacidad y sus familias luchan para salir de su situación de pobreza, pero el entramado en el cual se hallan les impide romper ese “círculo vicioso” como se lo ha definido en muchos espacios.
Pero la exclusión es producto directo de muchas políticas y procedimientos establecidos con prejuicios y barreras mentales: Ya que si para poner en marcha una idea de microempresa o emprendimiento se necesita un capital inicial o fondos semilla, las personas con discapacidad tienen que afrontar la barrera mental que no los califica como sujetos de crédito, ya que predomina la errónea creencia que son incapaces de emprender o de administrar su propio negocio, a pesar de que hay muchas experiencias de emprendimientos exitosos porque se confió en sus capacidades y talentos, y mediante la elaboración de un proyecto productivo y con un crédito blando en condiciones favorables se pudieron implementar.
La desaparecida Secretaría Técnica para la Gestión Inclusiva en Discapacidades en su momento afirmó:
En el pasado “otorgar créditos a personas con discapacidad era considerado como pérdida de recursos, tiempo y dinero. Incluso se manejaba bajo la figura de fondos semilla no reembolsable, alejando al beneficiario de la responsabilidad de tomar decisiones acertadas en su inversión. (Secretaría Técnica para la Gestión Inclusiva en Discapacidad (SETEDIS), s.f.)
Para ejemplificar una buena práctica de inclusión productiva son los más de mil emprendimientos nacionales que fueron generados entre los años 2013-2016, por el eje de Inclusión Productiva de la desaparecida Secretaría Técnica para la Gestión Inclusiva en Discapacidades con un financiamiento desde la banca estatal que superó los $7.000.000 de dólares.
Y si se analizan todas las barreras que deben superar para poder ingresar al mercado laboral son muy pocos los que han accedido a un trabajo formal, han podido romper el mencionado círculo vicioso y ejercer su derecho a un trabajo digno y estable.
Cómo sentencia Martínez (2011):
El concepto de exclusión social revela como extraordinariamente útil para hablar de todas aquellas situaciones en que, más allá de la privación económica, se sufre una privación de la propia idea de ciudadanía, o, dicho de otra manera, de los derechos y libertades básicas de las personas sea cual sea su situación, como en el caso de las personas con discapacidad. (Martínez Ríos, 2011, pág. 66)
El análisis que realiza (Martínez, 2011) presenta muy claramente como la pobreza es un elemento que “sentencia desfavorablemente” la vida y las aspiraciones de las personas con discapacidad:
La pobreza, a pesar de ser una constante en muchas situaciones de exclusión, puede tomarse como un factor importante de vulnerabilidad social que, unido a otros factores como por ejemplo la discapacidad, el sexo, la sobrecarga doméstica y familiar o el desempleo de larga duración, puede conducir a las personas hacia una situación de exclusión social de difícil solución. Así pues, con el concepto de exclusión social se quiere abarcar y recoger aspectos de desigualdad propios de la esfera económica, pero también muchos otros como la precariedad laboral, los déficits de formación, la falta de vivienda digna o de acceso a la misma, las precarias condiciones de salud, la falta de relaciones sociales estables y solidarias, la ruptura de lazos y vínculos familiares, etc. (Martínez Ríos, 2011, pág. 66)
La exclusión social afecta en las personas con discapacidad su autoestima, la propia percepción de la valía como persona y como ser humano y por ello hace muy difícil visualizar en esas circunstancias existenciales, otros caminos que les permita derribar esas barreras y salir de la situación de pobreza y marginación.
Como acota lapidariamente (Martínez 2011):
Hay personas, como las personas con discapacidad, que viven en unas condiciones de vida, materiales y psíquicas, que les impiden sentirse y desarrollarse plenamente como seres humanos. La exclusión hace difícil sentirse ciudadano en su proyección concreta en cada contexto social, sentirse formando parte de la sociedad de referencia. (Martínez Ríos, 2011, pág. 66).
En Fundación Diversidad Funcional, creemos que cada persona merece una vida digna y plena, sin importar sus capacidades. Tu apoyo es crucial para continuar nuestra misión de erradicar la pobreza entre las personas con discapacidad. ¡Únete a nosotros en este viaje y hagamos la diferencia juntos! Gracias por leernos y por tu compromiso con esta causa.